Contra lo que muchos puedan creer no es una declaración de bigamia, aunque pensándolo bien, puede ser.
Al igual que Platero, mi marido es pequeño, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón.
Sé que no es algo alegre de decir, más bien es un poco vergonzoso, pero creo que ya rompimos el hielo como para abrir nuestras almas y develar esos secretos que guardamos en lo más profundo.
Así que inflo mi pecho de aire y lo digo a los cuatro vientos: “Yo no me puedo dormir si no tengo mi almohadita”.
Creo que fue mi mamá la que le empezó a llamar “Mi Marido” ante mi abrazo fiel e inclaudicable. Había sido la almohadita de mi cuna, y por esas cosas de la vida, me siguió acompañando cada noche, cada siesta y cada gripe a lo largo de todos estos años.
Ahora los psicólogos hablan de ponerles a los bebés en la cuna un muñeco de peluche como “objeto de transición”.
Por lo que deduzco dos cosas: una que éramos muy pobres y mi peluche fue mi almohadita; y dos, que a mí la transición me está durando bastante.
Allá los que se rían de mí, no me importa.
Lo único que me preocupa es que la acumulación de baba a través del tiempo (¡tampoco es para que pongan esa cara, o ahora nadie se babea cuando duerme, por favor!) pero bueno, les decía que casi 40 años de baba han dejado en mi adorada almohadita un aroma que no se va ni con Ariel cinco estrellas.
Así que me veo en la difícil decisión de cambiarle el relleno (el alma) o de optar por cambiarle el relleno y la funda interior (el alma y un lifting completo). La duda que me carcome es si seguirá siendo mi misma almohadita después de semejante cambio.
Lo peor de todo es que no puedo consultarlo con la almohada grande porque sé que el sólo hecho de que exista la chiquita la pone celosa.
A contramano de lo habitual que es mostrar lo mejor de nosotros mismos, yo ya hice mi confesión vergonzosa. Los que quieran pueden sincerarse contando ese detalle que es más personal que las huellas digitales.
Al igual que Platero, mi marido es pequeño, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón.
Sé que no es algo alegre de decir, más bien es un poco vergonzoso, pero creo que ya rompimos el hielo como para abrir nuestras almas y develar esos secretos que guardamos en lo más profundo.
Así que inflo mi pecho de aire y lo digo a los cuatro vientos: “Yo no me puedo dormir si no tengo mi almohadita”.
Creo que fue mi mamá la que le empezó a llamar “Mi Marido” ante mi abrazo fiel e inclaudicable. Había sido la almohadita de mi cuna, y por esas cosas de la vida, me siguió acompañando cada noche, cada siesta y cada gripe a lo largo de todos estos años.
Ahora los psicólogos hablan de ponerles a los bebés en la cuna un muñeco de peluche como “objeto de transición”.
Por lo que deduzco dos cosas: una que éramos muy pobres y mi peluche fue mi almohadita; y dos, que a mí la transición me está durando bastante.
Allá los que se rían de mí, no me importa.
Lo único que me preocupa es que la acumulación de baba a través del tiempo (¡tampoco es para que pongan esa cara, o ahora nadie se babea cuando duerme, por favor!) pero bueno, les decía que casi 40 años de baba han dejado en mi adorada almohadita un aroma que no se va ni con Ariel cinco estrellas.
Así que me veo en la difícil decisión de cambiarle el relleno (el alma) o de optar por cambiarle el relleno y la funda interior (el alma y un lifting completo). La duda que me carcome es si seguirá siendo mi misma almohadita después de semejante cambio.
Lo peor de todo es que no puedo consultarlo con la almohada grande porque sé que el sólo hecho de que exista la chiquita la pone celosa.
A contramano de lo habitual que es mostrar lo mejor de nosotros mismos, yo ya hice mi confesión vergonzosa. Los que quieran pueden sincerarse contando ese detalle que es más personal que las huellas digitales.